The power of the dog, una película de Jane Campion en reseña de Mario González Suárez.

Un domingo que me sentí mal de la panza y andaba medio desvelado, despuesito de comer me fui a dormir a mi casa. Pero antes se me ocurrió servirme un mezcal y prendí la tele: me salió una película que más de dos personas me habían recomendado sin dar una razón concreta. Ya había oído a otros que la mencionaban, que andaba muy premiada. Y que la pongo: The Power of the Dog (Jane Campion, 2021).
Tan premeditados como falsos son los paisajes, los personajes y la trama. ¿Cuál es el punto? Matar al varón aunque sea homosexual, que triunfe el afeminado humanoide que aparentemente prefiere a su madre antes que a un macho que lo monte. De inmediato recordé Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), donde sí se cuenta una historia secreta y hay sufrimientos humanos, no el alcoholismo histérico de Rose, ni los muebles bonitos de vaqueros muy civilizados y patrones republicanos. Lo del título es otra chapucería sacada de una abismal bragueta que se regodea en la castración de las reses. Yo le quitaré al perro su poder —Salmos 22, 21—, es su mensaje. Y es casi subliminal la identidad del perro. Lo de western no engaña ni a los lectores de El libro vaquero. ¿Qué diría Sergio Leone? ¿Y Wong Kar-Wai después de Happy Together (1997)? ¡Y Reinaldo Arenas!

A excepción de Phil Burbank, todos los personajes humanos padecen una especie de discapacidad, vicio, insuficiencia o pusilanimidad. Pero Peter le va a poner remedio a esa anomalía. Es necesario que todos sean mansos y puedan ser defendidos bajo la ley del maltrato animal, que no haya más que un buen rebaño vacunado y políticamente correcto. Nadie quiere ver que la humanidad se apaga mientras se embrutece con un entretenimiento cuyo principal efecto es la castración del espíritu, que en la noche de Oscar Walpurgis las buenas consciencias aplauden sin hipocresía.
¿Por qué Phil no se asea, por qué es tan varonil, tan irresistible, tan rudo?, se pregunta el edipito Peter Gordon: mejor lo mato antes de que me coja, me estoy enamorando. ¿Si vas a ser puto es mejor que seas putito? No. El principal malentendido de esta película se finca en que deja creer que Pet es gay. Y como dijo un correcto espectador: qué bueno que mató a Phil, le pegó al caballito. Otro troyano de los dueños del algoritmo. La siguiente engañifa nos deja suponer que estamos ante una historia de venganza, cuando es de exterminio. Lenta, serpeante y elusiva la narración disimula su propósito.

George Burbank es un pobre gordito hijo de ricos al que no le dio la cabeza para ir a la universidad, está tan devaluado ante sí mismo que se casa con una viuda porque cree que ninguna otra mujer lo aceptará, es tan bonachón. Rose tiene un hijo andrógino y con cierto aire extraterrestre, además de delicado hace manualidades y flores de papel que parecen reales pero no huelen. Los cowboys son todos insignificantes dada su condición de peones, igual que las sirvientas. Los varones con autoridad son ancianos y tampoco cuentan. No hay negros, de primera necesidad entre los rancheros ricos de esa supuesta época en esa Montana 4K, sólo pasan unos indios por ahí a quienes la ebria de Rose les regala los cueros de su cuñado Phil. ¿Por qué los indios le entregan unos guantes a Rose? ¿Por qué Pet deja en la tumba de su padre un ramo de flores de papel?
En una escena como romántica el ente le confía a Phil que su papá se suicidó en el punto extremo de su alcoholismo, y que él lo encontró y lo descolgó. Para nada Pet es un retardado, como dijeron unos vaqueros, tiene muchas habilidades tanto físicas como intelectuales, e intenciones. Algo que más bien se oculta es que lo de Rose es calentura, y que bebe para paliar su hambre y sus celos de Phil. Más que la esposa del gordito, Rose es la hija tonta de su propio hijo, lo cual diluye el edipo de manual freudiano. Un dato curioso es que él afirma con mucha seguridad haberse emancipado de la mamá. Pobre del hombre que jamás desobedece a su madre, le contesta a Rose cuando ella le prohíbe matar y abrir a los conejos en la casa, el niño quiere ser cirujano. Caí en la trampa de relacionar The Power of the Dog con Brokeback Mountain, en realidad su antecedente es Cowboys & Aliens (Jon Favreau, 2011).
Peter Gordon constituye la personificación del discurso de lo no-binario —que confunde hasta a los transexuales—, articulado y pagado con abundantes dólares por el robot, las productoras nada más maquilan los engendros. El virago se comporta como una serpiente, una Lilith no-binaria que se vale de un germen para asesinar a Phil. Y probablemente no es casual que la bacteria en cuestión esté incluida en el arsenal de armas de destrucción masiva de los gringos y de los chinos. Aquí ya no estamos hablando de jotitos ni de susceptibilidades ni de derechos de los débiles, ya no hay géneros sino especies. Aquí se está inoculando una moral homicida que beneficie definitivamente a una entidad que se dice no-binaria, un subrepticio estado naciendo en medio de la humanidad. Para darse una idea hay que asomarse a Captive State (Rupert Wyatt, 2019)
Los robots podrán tener mucha consciencia, hacerme llorar como los replicantes de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o reír con Chappie (Neill Blomkamp, 2015) o bostezar con el hombre de hojalata de El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), pero hay algo que no pueden conocer. Me asusta la híper consciencia que los androides podrán desarrollar, creo que no en sí misma sino por su vertiginoso acceso a todas las bases de datos. No es que sean omniscientes sino que tienen mucha información cuántica.
El discurso de lo no-binario es una punta de lanza ideológica al servicio de la máquina, se enmascara con mucho éxito tras un discurso como de género que dice luchar por unos extraños derechos e igualdades que se hacen pasar por urgentes y cruciales para la humanidad. Ya no se trata de homosexualidad ni de minorías, y los reclamos del feminismo se están quedando anticuados. La promoción del derecho a cambiar de sexo o de mantenerse en la indefinición es el primer paso para desaparecer los géneros, detener el movimiento del Yin y el Yang, encadenar el baile de Shiva y Śakti, el coito cósmico de Purusa y Prakriti, torturar a Rada y a Krishna.
¿Los muñecos para qué quieren genitales? Por eso decía que la inteligencia artificial no puede acceder a algo que sólo está en el cepo de la naturaleza: el goce de la reproducción. La inteligencia humana supo separar el goce de las demandas de la naturaleza, que quiere hijos, y nosotros inventamos el condón. Lo contrario de la eficiencia es el placer: de tu presencia, de oler las flores, de comer contigo, de meternos encuerados a la cama. Y mejor quitamos esa película.
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